Según el Catedrático en Psiquiatría, el español Enrique Rojas, en sus conclusiones profesionales sobre la sociedad española de la democracia, los psiquiatras han pasado de ser los doctores de los locos, de
los nervios, de los que están mal de la cabeza, a ser los de la conducta,
auténticos médicos de cabecera. En esa trayectoria se resume lo que ha ocurrido
con la psiquiatría en los últimos 30 o 40 años en el mundo occidental.
Al mismo tiempo, estamos descubriendo enfermedades o trastornos psicológicos nuevos que no existían hace unos años.
Al mismo tiempo, estamos descubriendo enfermedades o trastornos psicológicos nuevos que no existían hace unos años.
Ratifica que los
psiquiatras son perforadores de superficies, que se meten debajo de la
conducta para descubrir qué se esconde tras ella y desenmascarar a la persona
para captarla en su realidad.
Según el mismo, las dos especialidades médicas que más han crecido en los últimos años en occidente son: la psiquiatría y la cirugía plástica.
Todos
tenemos tres caras: lo que yo pienso que soy (autoconcepto), lo que otros
piensan de mi (imagen) y lo que realmente soy (la verdad sobre mi mismo).
Este mismo catedrático en uno de sus trabajos literarios, realiza un diagnóstico profesional sobre la sociedad española, más concretamente, sobre las personas masculinas comprendidas entre los 25 y 40 años de edad, según el cual en este tramo se sufre el síndrome simón, que reune la siguiente tetralogía: Se
trata de un hombre soltero, o separado que pasa por soltero; inmaduro desde
el punto de vista sentimental; obsesionado con el éxito. Y finalmente narcisista.
Según mi percepción personal, como un ciudadano corriente más, el diagnóstico realizado de se ajusta a la realidad social de la juventud española, si bien es cierto que las personas comprendidas en el tramo referido, están pagando en el terreno de los sentimientos las consecuencias de la ruptura del eslavón que hace de eje entre todos los seres humanos... el compromiso o mantenimiento de su principal valor: la Palabra.
Debido a ello, el ser mascullino ha ido imponiendo en su conducta la fuerza de los actos, en detrimento de la fuerza de las palabras, conviertiéndose en un mentiroso para no expresar sus sentimientos reales, pero lejos del síndrome simón... aunque haberlos, ¡los hay asomando la cabecita!.
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